En una mañana gris y silenciosa, el corazón del mundo católico se detuvo. A las 7:35, hora local, el Vaticano anunció el fallecimiento de Su Santidad el papa Francisco, en la serenidad de su residencia en Casa Santa Marta, a los 88 años. El anuncio fue realizado por el cardenal Kevin Joseph Farrel, en un video que, sin palabras innecesarias, reflejaba el dolor de una Iglesia que pierde a su guía.
Jorge Mario Bergoglio, el humilde jesuita argentino que cambió para siempre el rostro del papado, partió tras una lucha prolongada contra problemas respiratorios que se agravaron en los últimos meses. Su última batalla comenzó el 14 de febrero con una bronquitis que rápidamente evolucionó en una neumonía bilateral. Aunque su entorno mantenía la esperanza y hablaba de estabilidad, su estado de salud fue oscilando entre leves mejorías y recaídas alarmantes.
El viernes 28 de febrero, una luz de esperanza iluminó brevemente la Santa Sede cuando se informó que el Papa había salido del estado crítico. Pero fue solo un suspiro antes de la tormenta. Horas después, sufrió una crisis broncoespástica severa. El Vaticano habló entonces de un “empeoramiento repentino” y del carácter “reservado” de su pronóstico.
Hoy, esa esperanza se ha transformado en duelo.
Francisco fue mucho más que el primer papa latinoamericano. Fue el papa de los gestos simples y las palabras profundas. El que prefirió vivir en una casa modesta y no en el palacio apostólico. El que abrazó a los marginados, a los refugiados, a los que el mundo olvida. El que pidió una Iglesia pobre para los pobres.
En cada rincón del planeta, millones de fieles, creyentes y no creyentes, lo recuerdan como un pastor de alma abierta, de mirada tierna, de firmeza serena. Fue un hombre de Dios, pero también del pueblo. No temió hablar de justicia, de ecología, de misericordia, ni alzar la voz contra los poderes del mundo cuando se trataba de defender la dignidad humana.
Hoy, el mundo no solo despide a un pontífice. Despide a una conciencia viva, a una voz de compasión en tiempos convulsos.
Las campanas de San Pedro ya han comenzado a doblar por Francisco. Pero en cada oración, en cada lágrima, en cada silencio que lo recuerda, su legado continúa latiendo.
Descanse en paz, Santo Padre. El mundo te llora, pero no te olvida.

